lunes, 19 de abril de 2010

MI COLUMNA SEMANAL


SONORA PARED

MUDANZAS 1

No están ustedes por saberlo, pero me estoy cambiando a mi nueva casa; y como en toda mudanza uno va dejando cosas detrás, mientras que otras aparecen desde el pasado y nos muestran un pequeño reflejo de los días que ya no están. Mientras respaldaba los contenidos de mi vieja pc apareció un texto que escribí en julio de 2003 con motivo de la presentación del disco “Colores de mi tierra” de l Ensamble de Jazz de la Casa de la Cultura Oaxaqueña. Lo rescato y se los comparto como un reflejo de lo que se empezaba a gestar en aquel entonces, la carrera ascendente de lo que hoy es Nunduva Yaa Ensamble, con tres discos en su haber y el reconocimiento a nivel nacional de su propuesta. Que lo disfruten.


El jazz es definible en sus elementos musicales, mas no en su espíritu. ¿Cómo explicar ese impulso sensual y primitivo llamado swing? ¿qué siente el músico al improvisar y de dónde proviene su creación espontánea? ¿qué fibras toca el jazzista que nos conmueve y nos transporta sin explicación posible? Las respuestas a estas interrogantes están ahí, flotando en cada nota, en cada frase, en cada tema. Por ello el jazz es siempre una experiencia irrepetible, conmovedora y muy profunda.


Pero hay un elemento que quisiera destacar en esta oportunidad: el hecho de que el jazz y la música tradicional de las distintas culturas mundiales se han topado desde el origen del género, y mantienen una relación que casi casi podríamos denominar como promiscua. La capacidad del jazz para asimilar los ritmos, las melodías y la armonía de otras músicas ha enriquecido a esta música, y los ejemplos sobran.


La primera vez que el jazz sonó a música rural fue, obviamente con el blues, pero ya entrados los años 30 del siglo pasado un gitano de Bélgica puso la sal sobre la mesa. Luego vendrían los cubanos con Mario Bauza al frente, para poner a bailar al mundo con sus ritmos afrocaribeños. Mas tarde sucedió lo mismo con la bossa nova, la cadenciosa música del Brasil que encontró en el jazz más relajado al amante perfecto.


En los años 60, con el despertar de la conciencia racial de los negros, y su lucha por la defensa de sus derechos civiles, muchos artistas de color voltearon sus ojos a la Madre Africa, otros hallaron en el Islam una identidad verdadera, pero hubo quienes fueron más allá: Albert Ayler se situó justo en el centro del devenir humano, como un punto en el cosmos, desde donde podía vislumbrar que la nuestra es una historia de constantes migraciones. Ayler dijo que todos somos indios universales; su obra es inquietante porque resume el concepto de lo rural de una manera casi mágica, tanto que cuando mi madre escuchó Love Cry, grabado en 1967 en NY creyó estar oyendo a la banda de Tlacochahuaya.


De los años 60 para acá abunda la obra de músicos que se han separado francamente del jazz como concepto puro, y están –se sienten- más cercanos a las músicas tradicionales. El saxofonista Jan Garbarek ha hecho hermosos discos partiendo de las tonadas populares de su natal Noruega. Más recientemente Anouar Brahem llegó desde Turquía para mostrar al mundo que el jazz se lleva muy bien con el laúd. No olvidemos por supuesto a Ravi Shankar, al inglés John McLaughlin, y ya en los 90 tres fenómenos interesantes: En primer término la consolidación del jazz español que parte de sus raíces arábigo andaluzas y flamencas, en la obra de gente como Paco de Lucía Raymundo Amador, Jorge Pardo, Chano Domínguez, José Luis Gutiérrez y otros; En segunda instancia el curioso fenómeno Neoyorquino, que agrupa a músicos como Dave Douglas y su Tiny Bell Trío, dedicados a explorar la música rural de Europa Central y del Este; Bill Frisell, abocado a revisar las raíces de la música norteamericana más allá del jazz y por supuesto John Zorn al frente de lo que se conoce como la Cultura radical judía, en el proyecto Masada y otros proyectos igual de fascinantes. Y en tercer lugar la muy destacable producción de jazz de Latinoamérica, que más allá de Cuba empieza a situarse en los primeros planos. Venezuela, Republica Dominicana, Panamá y por supuesto, México.


Hemos dado una vueltota porque para mí es muy importante situar en su justo lugar la obra que hoy presenta el Ensamble de jazz de la CCO, celebrando su atrevimiento al tomar la música tradicional de Oaxaca, desde las tonada prehispánicas, pasando por sones, jarabes y finalmente el bolero, trastocandolo todo en armonías y rítmicas diferentes.


En el plano meramente formal encuentro la música de este disco muy rica en matices y no exenta de cierta ingenuidad. Es un disco debut que adquiere su fuerza del macizo cimiento de la tradición. Diría que hace falta más estudio y empaparse de jazz, pero el camino está trazado. Esperamos que en una futura grabación nos ofrezcan algo de material original.

Voy a concluir mencionando un aspecto que curiosamente, aprendí el día de ayer en un taller de música contemporánea que se está dando en nuestra ciudad. La musicóloga María Cristina Gálvez estaba hablando de Béla Bartok, el famoso compositor de Hungría que basó gran parte de su música en la recuperación de la tradición popular húngara. Ella mencionaba un método de tres pasos que Bartok usó a lo largo de toda su carrera. En primer lugar la reproducción fiel de las melodías populares, dándoles un revestimiento armónico y tímbrico particular. En segundo lugar la composición de melodías propias, basadas en otros elementos de la música popular, como los distintos ritmos, por ejemplo, pero ahora usando disonancias y estructuras modales; y en tercer lugar la asimilación absoluta del motivo popular, hasta su desaparición, es decir, la fundación de una música nueva, pero con raíces.


Ahí está una manera, una de tantas. Estos músicos han tomado un camino muy hermoso pero muy comprometedor, baste escuchar su acercamiento a los sones y jarabes mixes para darnos cuenta que aquí está la semilla de una música nueva, pero con raíces. Ojalá un día, cuando algún pequeño ensamble de jazz de Azerbaiyán o de Moravia o de Melbourne haga su primer esfuerzo discográfico, pueda sentirse hermanado a Ellington, a Ayler, a Coltrane, a Mingus y al jazz oaxaqueño de gente como Rodrigo Castellanos con su Tortijazz o el Ensamble de la casa de la cultura con sus Colores de mi tierra. Felicidades por este debut, y desde ya, estamos esperando el segundo volumen, por favor no se tarden.



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