viernes, 9 de agosto de 2013

ARODY


Carga su saxofón en ristre, lo acuna. Cruza las manos en un abrazo silencioso; baja la cabeza, los ojos cerrados parecen aislarlo del entorno. Alrededor todo gira; estallan en luz los sonidos; un fuego consume la geometría del escenario. Pero él, capitán en reposo, no se inmuta. Ha declarado la batalla cantando fanfarrias, ahora espera el momento de atacar.
Cuando vuelve a poner la boquilla del sax en sus labios, el mundo se estremece; hay una ligera contracción en el aire; motas suspendidas delatan que el tiempo y el espacio se han dilatado. Él aspira profundamente, abre los ojos y suelta el primer resoplido, vuelto ardor incandescente. La batalla comienza.
Atraviesan su solo milenarias peregrinaciones, gritos primales, éxtasis místicos y gemidos de lujuria. Pasos que han andado los caminos por siglos; soles que renacen para no ser los mismos. El acuoso resplandor de las luces violeta no disimula no alcanza a contener al hermoso animal de fondo que sube. La cabeza estalla.

Es Arody Martínez que está terminando su solo de saxofón; el público jadea; alguno lanza un sordo grito. El viaje al cosmos apenas ha durado unos minutos.




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