viernes, 13 de diciembre de 2013

MADRUGADA


En noche de desvelo se me ocurrió hurgar en el pozo de los mails perdidos, y me encontré esta crónica que un compa escribió hace algunos ayeres... La comparto aquí, a ver qué les parece.

Feliz madrugada.




Una Hummer en mi cochera

Heladio Camargo

El despertador no sonó y estoy a punto de llegar tarde a mi cita. Apenas me da tiempo de cepillarme los dientes y remojar mi cara en el lavabo. Salgo al patio, enciendo mi viejo Datsun y cuando abro el zaguán para sacarlo a la calle la cochera está obstruida por un armatoste negro, monolítico, con enormes faros al frente, llantas gigantescas, guardabarros reluciente y vidrios polarizados. ¡Demonios! Es la Hummer 2008 de mi vecina la dentista, que practica un día sí y otro también el deporte de estacionarse en cocheras ajenas.

Ahora tengo que caminar 30 metros hasta la puerta de su casa, un bloque de tres pisos pintado de color melocotón con un enorme letrero en rojo que reza “Clínica Dental. Especialistas” para pedirle que “de favor” mueva su camioneta. El resto de la historia me la conozco: saldrá un mozalbete picado de acné que me verá de arriba a abajo, entrará a pedirle las llaves a su madre y minutos después –ya perdí totalmente mi cita-  moverá el armatoste algunos metros y lo estacionará impunemente frente a otra cochera.

Si la señora de marras decidió comprarse dicha unidad de motor es algo que a mi no debería importarme mucho, así como no debería importarme que su hermana –dentista también- tenga un Audi del más reciente modelo o que el padre (adivinaron, ¡dentista también!) maneje una gigantesca Ford Lobo. Quizás tampoco debería incomodarme mucho que ocupen mi calle como cochera personal, intimidando a los más bien low profile chevys, vochitos, Tsurus y motocicletas chinas que pululan por el rumbo. Lo que me llama poderosamente la atención es semejante acumulación de capital motorizado en una colonia de la periferia de la ciudad, asentada en una escarpada colina y bautizada con el nombre de un ilustre político oaxaqueño de reciente hornada; donde el pavimento acaba de llegar y ya se está levantando y donde el alumbrado público se reduce a dos lámparas en una calle de trescientos metros de largo.

Pero, atención; tampoco estoy diciendo que esa flotilla motorizada tenga un origen ilícito. De hecho, la familia dentista tiene toda la vida viviendo allí, y han construido su patrimonio a base de sacar muelas y colocar emplastes. Lo que me llama la atención es esta proclividad a lo ostentoso, esta obsesión por lo bombástico, esta neurosis por poseer el modelo más chido del barrio. La familia dentista fue perdiendo poco a poco el contacto con sus vecinos –mis hijos jugaron con las hijas del doc en su niñez- y ahora lucen incluso hoscos. A veces coincide mi salida con la suya y me percato de que suben a sus autos con rapidez, como si la distancia entre la puerta de su casa y el adorado automóvil estuviera sembrada de peligros… y quizás haya algo de cierto en ello. Mi vecina sube a la Hummer dando un brinco…, es muy, muy chaparrita; y resulta gracioso ver su pequeña cabecita asomada entre los fierros de ese camión de origen militar.
Por fin saco mi Datsun que tose antes de ponerse en marcha, y no dejo de preguntarme que rayos pasa por la cabeza de una profesionista oaxaqueña cuando decide comprarse una Hummer para pasearla por las polvosas calles de mi colonia.


 

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