martes, 6 de agosto de 2019

ARCO DE LUZ


El programa de hoy está dedicado a uno de los discos más recientes del cellista norteamericano Erik Friedlander, uno de los legendarios integrantes de la llamada Escena del Downtown Neoyorkino; es decir, un puñado de artistas que sacudieron los cimientos del jazz al mezclarlo con fuentes muy diversas, de la New Wave al Noise, de la improvisación libre a la world music, de las formas más extremas del rock a la música para cine y dibujos animados. Estamos hablando de artistas de la talla de John Zorn, Bill Frisell, Marc Ribot, Ikue Mori, Cyro Baptista, Joey Baron, Mark Dresser, Wayne Horvitz y otros. 

A esa generación pertenece Erik, cuya obra ha evolucionado y se ha expandido de manera muy interesante. El disco que escucharemos hoy se titula Rings, y está grabado junto a Satoshi Takeishi en la percusión y Shoko Nagai en el piano, el acordeón y la electrónica. Es un álbum de una belleza superior que me ha venido muy bien escuchar en estos días.

Y es que el pasado 1 de agosto falleció el enorme poeta y artista gráfico Ludwig Zeller; un surrealista que era en si mismo un mundo aparte. Su obra es vasta, casi inabarcable. Ludwig, junto a su esposa, la artista visual, editora y traductora Susana Wald, decidieron mudarse a Oaxaca a principios de los años noventa del pasado siglo. así los conocí y por fortuna ambos trastocaron profundamente mi vida para bien.

Vaya entonces este programa también como un pequeño homenaje y una celebración a la vida de un gran artista, recordando que los poetas no mueren, tan sólo vuelven a ser esa fuerza de la naturaleza que un día se encarnó para transformar todo aquello que tocan.

Buen viaje, querido amigo.







Escuchando a Venus
Ludwig Zeller

Nevó sobre mi vida y la blanca ceniza mezcló con lodo
Espejos destrozados, restos de muebles con amor de infancia,
Rostros que se apagaron ante el paso implacable de los días,
Sueños que emergen, se hunden en la redoma oscura
Donde charlo y discuto con seres ya difuntos, esperando
Que al fin pase la dulce, la preciosa esmeralda de luz
Por la que vine al mundo a soñar, no para ser metal donde golpean.
Porque yo sé, Ella avanza por ese río inmóvil del incienso
Y la mirra, invisible tal vez para nosotros, pobres mendigos
Ciegos que la esperan insomnes, clavados en las puertas
De astracán de la noche, escuchando el estruendo de su risa,

Los ecos de su voz, única agua que podría saciarnos.



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