martes, 14 de julio de 2020

BUEN VIAJE, VITILLO


Esta semana dedicamos nuestro programa al gran músico mexicano Víctor Ruiz Pazos "Vitillo", fallecido la semana pasada a los 90 años de edad. Deja un enorme legado musical y una hermosa huella como ser humano.

Para hacer el tributo más interesante los miembros de la asociación nacional de difusores llamada Radio Jazz, a la que pertenece El Sexto Continente, decidimos realizar un programa especial con testimonios de músicos, periodistas y amigos cercanos al maestro, además de disfrutar de su música y escucharlo de viva voz en algunos fragmentos de entrevistas.

Como un addendum especial, incluyo aquí la espléndida entrevista que el colega Luis Barria tuvo con el maestro en el año 2015 y que fue publicada en la columna El Jazz bajo la manga del portal Formato 7.








Fotografía de Fernando Aceves



VIDA, ESTAMOS EN JAZZ
Luis Barria



—Lástima que no traigo una copia —si no, te la daría— de las cosas que he escrito de mi vida, son vivencias más que nada, porque no son detalladas —me dijo con esa voz tan grave como la de su instrumento, que es más bajo que todos los bajos porque tiene una afinación que él inventó:

—Me quedó una afinación medio lorenzana, do-sol-do-fa-si bemol, ningún bajo tiene si bemol, todos los bajos tienen sol-re-la-mi-si natural, el mío está medio tono más abajo

Y así como inventó una manera de afinar su instrumento, inventó una vida entera en torno a sus dos pasiones: la música y las mujeres.

Víctor Ruiz Pazos «Vitillo» fue una leyenda no solo del jazz, sino de la música popular mexicana, de la que fue protagonista desde 1950, cuando llegó a la ciudad de México. Hoy fue alcanzado por esa voracidad que trae la muerte este año. Platiqué con él en enero de 2015, recordémoslo hoy con este relato de su vida que emanó de su propia voz.

Bajo la luna de plata
Yo nací en el Puerto de Veracruz, en el Callejón de Tenoya que estaba junto a un río pequeño que había que se llamaba el Río Tenoya. Mi casa estaba en el número 13, ahí vivíamos mi papá, mi mamá, mis hermanas y yo. Mis dos abuelos eran músicos: mi abuelo materno, Agustín Gregorio Pazos, tocaba contrabajo, chelo, violín, trombón de pistones, guitarra y piano, y componía danzones; mi abuelo paterno, Jesús Ruiz y Campa, tocaba clarinete.
Mi abuelo Agustín vivía en el número 7 del mismo callejón, él me dio clases de solfeo y, después, de violín.
Mi padre, Víctor Ruiz Matías, y mi tío Enrique, su hermano, tenían un sexteto de cuerdas; tenían primer violín, segundo violín, viola, contrabajo, piano y batería. Trabajaban los domingos, a la hora de la comida, en el Hotel Mocambo. El señor Paniagua, que tocaba la viola, ya era bastante mayor y a veces, cuando iban por él, le preguntaban a su esposa:
—¿Y el maestro Paniagua?
—¿Sabe qué?, amaneció muy enfermo y no va a poder ir
En dos domingos sucedió, entonces mi papá y mi tío buscaron solucionar esa ausencia y le hablaron a un señor clarinetista, Indalecio Turinsio, muy buen músico, y él estuvo supliendo a la viola, pero tocaba con una danzonera, entonces, llegábamos el domingo a buscarlo a las 11:45 —porque se tocaba de 12:30 a 15:30— y también, en dos ocasiones:
—Fíjese que tuvieron baile anoche con la danzonera y acaba de llegar hará cosa de una hora y media, llegó muy colorado y no va a poder ir, está durmiendo
Era de esas personas blancas que cuando se meten unos tragos, se encienden como cerillos [risas].
Entonces, mi papá y mi tío Enrique le dijeron a mi abuelo:
—Don Agustín, agarre usted el chelo para suplir la viola
—Yo no tengo chelo
—Se lo conseguimos
Y le consiguieron un chelo con don Ildefonso Moreno, que era profesor de música en la preparatoria y también tocaba el órgano en la iglesia
—Bueno —dijo mi abuelo—, ¿pero entonces quién va a tocar el contrabajo?
En el puerto, terminas de comer y te vas a dormir la siesta. Cuando yo tenía 16 o 17 años, ¿cuál dormir la siesta?, me iba a meter a la casa de mi abuelo para tocar su contrabajo:
—Abuelita, ¿puedo encender el radio?
—Sí, pero no lo pongas muy fuerte porque tu abuelito está durmiendo la siesta
Entonces ponía la radio nada más para escucharla yo y me ponía a tocar. Cuando mi abuelo preguntó:
—¿Quién va tocar el bajo?
—Pues que lo toque Guillermo (Guillermo Pazos, un hermano de mi mamá que tocaba violín y contrabajo)
—No puede ser porque el domingo a esa hora está con la Orquesta Villa del Mar —tocaba en las tardeadas que había los domingos en Salón Villa del Mar
—Entonces vamos a hablarle a Enrique Pazos (mi tío Enrique, papá de Víctor Manuel Pazos, también contrabajista)
—No, Enrique no puede porque está en la danzonera
Entonces mi abuelo le dijo a mi papá:
—¿Sabes qué, Víctor?, mándame a Vitillo a la casa toda la semana para que recuerde la clave de fa —que es en la que se toca el contrabajo
Yo había estudiado el método de solfeo de don Hilarión Eslava, que en la segunda parte trae lecciones en clave de fa, entonces me tuve que hacer a la idea de ir todos los días la casa de mi abuelo a recordar la clave de fa. El siguiente domingo me tiraron al ruedo y ahí comencé mi vida como contrabajista.
Mi padre era el mero, mero violinista de Veracruz, yo estaba estudiando con él con un método que tenía doble pauta, la de arriba era para el alumno y la de abajo, para el maestro. Yo oía el sonido precioso que tenía mi padre y el mío, y decía híjole, qué feo suena mi violín. Yo veía que mi padre vibraba con la pura muñeca, yo todo trataba de hacer eso y, a la hora de vibrar, todo el violín se movía y se oía muy feo, yo decía si a mí no me gusta mi sonido, menos le va a gustar a la gente, así que cuando me dijeron que agarrara el contrabajo, fue la gran oportunidad.

Los ejes de mi carreta
Un día, mi abuelo me dijo:
—Tú te vas a ir a México
—¿Qué voy a ir hacer a México?, aquí tengo trabajo, aquí estoy estudiando, ¿a qué voy?
—Lo que tú no sabes es que jala más un par de tetas, que una carreta
Pero yo tenía creo que 16 o 17 años y no entendí. Después, a los 20, empecé a andar con mi primera mujer, Carmela, y un día me dijo:
—¿Sabes qué, Víctor?, ya hay mucho chisme aquí; que si el hijo de doña Esperanza y de don Víctor anda con la hermana de Paco Martínez —un beisbolista—; hay mucho chisme, ¿por qué no nos vamos?
—¿Y a dónde nos vamos?
—A México
—¿Y qué voy a hacer en México?
—Lo mismo que haces aquí
Era cierto porque cambiar de situación no cambia lo que tú tienes que hacer, y me fui siguiendo la falda como me había dicho mi abuelo.
No me casé con Carmela —que ya murió— pero procreamos dos hijos, la mayor es Carmela Ruiz Martínez y después nació mi hijo Víctor Ruiz Martínez, él vivía en Salamanca, después de que cumplió sesenta años, un día la esposa me habló:
—Fíjese don Víctor que salimos al mercado y él se quedó adentro del carro, cuando regresamos ahí estaba sentado pero de una forma muy rara y con los ojos abiertos
Así murió.

Se você disser que eu desafino…
Cuando llegué a México, luego, luego comencé a hacer algunas suplencias en las orquestas grandes; la de Larry Son, Luis Alcaraz, Ismael Díaz, Juan García Esquivel y Pablo Beltrán Ruiz.
Mi abuelo tenía un contrabajo de tres cuerdas, con ese me inicié y nunca pregunté cómo se afinaba porque pensé que si mi abuelo y mi tío Guillermo afinaban igual, pues así debía de ser; cuando llegué a México, anduve buscando métodos de contrabajo y me di cuenta de que había comenzado con una forma teórica de tocar el bajo con otra afinación.
Yo tenía pensado meterme al Conservatorio o a la Escuela Nacional de Música pero no podía dedicar mi tiempo a estudiar porque lo que necesitaba era trabajar para comer y para darle de comer a la mujer y a los hijos, y también me quedé pensando otra cosa: si voy a cualquiera de las dos instituciones, lo primero que me van a decir:
—Ok, ¿usted quiere estudiar aquí?, entonces tiene que afinar su bajo normalmente: sol-re-la-mi
Mi afinación era sol-re-sol y la afinación debe ser sol-re-la, pero yo siempre afiné así y cuando pude comprar un contrabajo de cuatro cuerdas dije ¿y ahora cómo voy a afinar? Ya sé, en lugar de sol, en la primera le voy a poner un do y la relación que tengo de octavas con la quinta en medio, sol-re-sol, la voy a transportar a do-sol-do y en la cuarta cuerda voy a poner un fa, y así empecé, con esa afinación. Cuando me pude hacer de un bajo eléctrico de cinco cuerdas dije ¿y ahora qué voy hacer?, ¿cómo voy a afinar?, pues en relación a lo que tenía, do-sol-do-fa, en la quinta cuerda puse un si bemol; me quedó una afinación medio lorenzana, do-sol-do-fa-si bemol, ningún bajo tiene si bemol, todos los bajos tienen sol-re-la-mi-si natural, pero así he andado.
Cuando entré a su orquesta, Larry Son me dijo:
-Oye, Víctor, tu trabajo es bueno pero sería mejor si tuvieras un mejor instrumento
-Sí, pero ¿con qué?, tengo mes y medio de haber llegado
-No te preocupes, le voy a pedir a Javier Espinoza, que es agente de ventas de la Casa Veerkamp, que te lleve y escoges un contrabajo
Me llevó, probé uno de cuatro cuerdas, probé otro de cuatro, después uno de tres y me gustó su sonido. Ahí mismo trabajaba un señor que arreglaba instrumentos y le dije:
-Don Enrique, hágame un favor, conviértamelo para cuatro cuerdas; hay que cambiar la maquinaria, hay que cambiar la caja, hay que cambiar el puente y hay que cambiar el tira cuerdas
-No
-¿Por qué no?
-Señor, mire, los instrumentos vienen calculados para resistir determinadas tensiones y si usted le agrega una cuerda más, el brazo se va a venir abajo
Lo que él no sabía es cómo iba yo a afinar buscando el balance para que fuera igual la presión y la tensión que ejercen las cuerdas en el puente, que no fuera una más tensa que otra. Total que arregló el bajo y todavía lo tengo, lo compré en 1950, es un bajo checoslovaco.

Radio Days
Ese mismo año, 1950, empecé a trabajar en la XEW; acompañaba a Agustín Lara en un programa que se llamaba La hora íntima de Agustín, no era para el público, era en un estudio cerrado que preparaban solo para él. El piano siempre estaba con llave y cuando iba Agustín al programa, lo abrían, le levantaba la tapa, le ponían un mantón de Manila y un bouquet enorme de rosas rojas, ¿por orden de quién?, de don Emilio Azcárraga. Esa misma deferencia tuvo con mi primo Mario [Ruiz Armengol], a él también lo acompañaba, era muy buen músico, tanto escribiendo como conceptuando, tanto así que, entre varios de los músicos americanos, Duke Ellington, Bill Mays, Claire Fisher, no recuerdo todos, pero entre varios le pusieron Mr. Harmony, porque ese era su concepto, él escuchaba el sonido y lo escribía.
Trabajé muchos años en la W acompañando a mucha gente.

El estirado
En 1953 me hablaron para entrar a la sinfónica; yo venía de la provincia, de tocar distintos géneros musicales y de repente me invitan a formar parte de la Orquesta Sinfónica Nacional, naturalmente que acepté, era un honor. Ahí me sucedió una cosa con el maestro Sergiu Celibidache, que en ese momento era el director huésped. Ensayábamos todos los días en el Teatro Chino en las mañanas y dábamos tres conciertos a la semana: jueves, viernes y domingos. En uno de los ensayos, Arturo Romero, que era el violín concertino, en el descanso viene y me dice:
—Dice el maestro que no encuentra qué es lo que está pasando contigo
—¿Por qué?
—Porque dice que él se da cuenta de que estás tocando, pero en el momento en que todos los contrabajistas tienen que tocar en lo agudo, están inclinados, y tú estás muy derecho. Pero sabe que sí estás tocando —y efectivamente, porque se ve en los arcos; en los instrumentos de esa misma familia todos los arcos se ven parejos porque en la partitura viene escrito «jalón» o «punta»—.
—Arturo, ¿sabes qué?, es por mi afinación
—¿Pues cómo afinas?
—Do-sol-do-fa
—Ah, cabrón

Ingrata pérfida, romántica insoluta…
Toña la Negra tenía dos sobrinos, Pablo y Toño Peregrino, un día Pablo me dijo:
—Oye, Vitillo, ¿qué andas haciendo?, ¿en dónde estás tocando?
—Pues donde me llamen, voy
—Mi tía va a entrar al Teatro Blanquita y mi tío Manuel, que es el bajista, no toca como para un show, entonces queremos saber si tú quieres ir a acompañarla
—Por supuesto que sí
Tenía mucha admiración por ella, por la mujer, por la veracruzana cantante de tal fama. Empecé a acompañarla y un día me dijo:
—Mira Víctor, tú eres un buen hombre y esa mujer no te merece. Ramón —el mayor de los hijos de ella— trabaja en la Procuraduría, le pedí a él y a un amigo suyo de confianza que vigilen tu casa y ya me han reportado que tú sales al trabajo y, como a la media hora, llega un cuate tu casa.
Comencé a sospechar algo y, efectivamente, así estaba sucediendo; ella andaba amoreando con un hermano de unas amigas que tenía allá, pero yo no me daba cuenta porque estaba, más que nada, dedicado a la cosa de tocar para recibir dinero, porque cuando hay hijos, hay que responsabilizarse de eso.
Afortunadamente se fue; un día llegué a la casa y me di que cuenta de que estaba sola y en la mesa del comedor había una nota de la sirvienta: «Señor, la señora se fue, se llevó sus cosas y a los hijos». Comienza una cosa que te saca de onda, lo primero que piensa uno es: y ahora, ¿quién va a ser el padre de esos niños?, ya no tengo hijos. Esas son las primeras reflexiones pero, pensándolo bien, ya después dije ¿cómo que ya no tienes hijos?, tus hijos van a ser tus hijos siempre, vivan o no vivan contigo.

Mujer, mujer divina…
Se fue Carmela y Toña un día me dijo:
—Estás viviendo solo, ¿verdad?
—Sí
—¿Por qué no te vas a vivir a mi casa?
Un paisano veracruzano que andaba muy fregado me dijo:
—Oye, ¿que vas a vender tus muebles?
—Sí
—Si quieres, te los compro
—Está bien, quédate con ellos
Comprado pero sin dinero porque nunca me pagaron eso; no importa, son vivencias, algunas positivas y otras negativas.
Me pasé a vivir a la casa de Toña, los tres hijos se dieron cuenta de la movida que había y en cierto momento nos juntaron:
—Nosotros nos hemos dado cuenta de que mi mamá y tú andan juntos
—Pues sí
—Entonces, ¿por qué no se casan?
-Pues ¿por qué no?
En ese momento yo tenía 25 años y el mayor de sus hijos, Ramón, tenía 24 años; yo decía voy a parecer como el hijo mayor. Antonia era 17 años mayor que yo, tenía 42, pero realmente no tiene importancia la cosa de la edad, cuando tú sientes amor por una persona, ¿cuántos años tiene?, los que tenga.

… y armar la rejolina cuando llegues a Madrid
Después estuve trabajando con Chilo [Morán] en el Restaurante-bar Riguz que estaba enfrente del Parque Hundido, no sé si siga ahí. Cuando terminó la temporada le hablaron a Tino Contreras y me quedé tocando con él.
En el cuarteto estábamos Tino Contreras, Mario Contreras, Alfonso Zúñiga y yo, y de repente nos salió un contrato para Atenas, Grecia; había que aprovecharlo porque sabrá Dios si después no tendríamos oportunidad de conocer eso.
Nos fuimos a Atenas y me engarcé con una española, Francisca Sánchez, Paca. Vivimos un romance momentáneo porque ella formaba parte de un miniballet español, estaban trabajando en el mismo lugar que nosotros; cuando terminaron tenían un contrato para Jartum, en África, y así fue la despedida. Ni modo, así es, conoces a las personas, convives y de repente los caminos se abren nuevamente.
Terminamos y nos fuimos a Estambul, Turquía. Ahí conocí a otra muchacha, en ese momento yo ya tenía 33 años y ella 23. Era una alemana preciosa, me gustaba mucho y un día le propuse:
—¿Te irías conmigo a México?
—Sí, siempre y cuando salgamos directo de aquí, de Estambul, a la Ciudad de México
—No puedo, no tengo ese dinero
Y se acabó, lógico.
Después anduvimos en Roma, en París y en Madrid, y ahí dijimos vámonos de regreso, porque el plan era ir a buscar trabajo y ganar dinero pero de forma constante, porque en los trabajos de la música, regularmente, tienes una temporada de uno o dos meses y se acaba, y te quedas nuevamente comenzando. Así nos pasó y después de nueve meses de andar por Europa, le dijimos a Tino:
—¿Sabes qué?, con lo que estamos ganando aquí vamos a comprar el pasaje de regreso a México
—Pero si se van, ¿qué voy a hacer?
—Pues eso es cosa tuya, ya pasamos las buenas y las malas y hay que aprovechar este momento en que estamos trabajando; juntamos ese dinero y nos vamos a México terminando este contrato
Los tres habíamos decidido eso y así lo hicimos.
Cuando regresamos llegué a la casa de Toña:
—¿Sabes qué?, esto se acabó.
La lastimé, lógicamente, porque me quería mucho. Estuve casado con ella ocho años y grabó dos boleros míos: Mi única ilusión y En nuestro corazón.

Cada noche un amor / distinto amanecer…
Comenzó nuevamente la vida solo, pero entonces conocí a una americana judía que nació en Filadelfia pero vivía en México, Norma Lajim. Íbamos a un lugar de comida judía que está en la Avenida Veracruz. Entre ellos no es bien visto que se casen con alguien que no sea judío, pero me conocieron y en un cierto momento, se me acercó el gerente del restaurante:
—¿Cómo estás, Víctor?
—Bien
Y me dio un gorrito blanco de esos que usan, lo consideré como mi aceptación. Raro, pero sí, me aceptaron bien, incluso en un momento pensé pues a lo mejor yo fui judío.
Ella tenía dos hijos varones y en los ocho años que vivimos juntos, procreamos una niña. Cuando nos separamos, se regresó a Estados Unidos, la hija se fue con ella y no sé ni dónde está porque la mamá también ya murió. Hace muchos años de eso.
Cuando Norma se regresó a los Estados Unidos, ya andaba yo ahí con la madre de los mis últimos hijos, María Teresa Cordero Padilla, ella sí vive todavía. Norma es hija de Víctor Cordero, el compositor, y doña Margarita Padilla, que hacía un dueto con su hermana María, se acompañaban con las guitarras, fueron muy populares en la frontera norte. De ese matrimonio nacieron tres hijos, la primera se llama Ana Margarita Ruiz Cordero, después sigue mi hijo Víctor y la menor de todos, que es Paloma, ella canta y es muy afinada. Canta muy bien y también estudió piano y armonía.

En la misma ciudad / mas con distinta gente…
Después comencé a trabajar acompañando a Imelda Miller y a don Pedro Vargas, con ellos estuve bastante tiempo. Después estuve 10 años con José José y luego pasamos a acompañar a Juan Gabriel, ahí sí fue nada más un año y dos meses porque en un día, después de que ya teníamos más de un año acompañándolo, nos dijo a todos los del grupo:
—El tema ese que me están acompañando, está mal
Y los cinco le dijimos:
—Lo que estamos haciendo es exactamente lo que hemos hecho desde el primer ensayo, no hemos variado nada
—Sí lo han hecho, yo no me equivoco con nunca
Ah, cabrón, éste se ha de sentir Dios.
Lo dejamos y comenzamos a acompañar a Tatiana, muy jovencita ella. Estuvimos un tiempo y se acabó, siempre se acaba.

Grabé en la penca de una tape…
Desde que llegué a México, el trabajo que más hice fue el de grabación, eso nunca se acabó. Teníamos un quinteto con Mario Patrón —después ya no pudo y se quedó su hermano Homero—, Salvador Agüero, Roberto Velázquez Ortiz «el tierno», Luis González y yo. Estábamos como grupo exclusivo de la RCA Víctor; cuando se hacía una grabación con orquesta, nosotros éramos la base. Le hicimos acompañamiento a Marco Antonio Muñiz, a María Victoria, al Loco Valdés, a don Germán [Tin-Tan] y a muchos más.
También hice música para películas en los Estudios Churubusco, en San Ángel Inn.
De eso viví la mayor parte del tiempo, de grabar música para discos y para películas con varios directores.
También acompañaba, esporádicamente, a algún cantante; antes no tenían un grupo base, entonces, cuando los contrataban, me llamaban. Y así te pasas la vida.

Coda: Vida, nada me debes; vida, estamos en jazz
De los cuatro matrimonios: Carmela, la primera, ya regresó; Toña ya regresó, y no regresó sola, sus tres hijos ya murieron, y Norma también ya regresó. En total tuve seis hijos: dos del primer matrimonio, una del tercero y tres del cuarto.
Ahorita estoy tocando en mi casa porque sucede una cosa: te haces de una fama que al mismo tiempo es perjudicial, porque habrá gente que diga:
—Oye, me hace falta un bajo
—¿Por qué no le hablas a Vitillo?
—No, ¿con qué dinero?, a él hay que pagarle bien
Y como hay que pagarme bien, pues no todo mundo le llega, entonces parece que, nada más por la fama esa, ya no me hablan, y está bien, mejor, ya he hecho mucho, tengo 65 años de andar tocando, está cabrón, es una vida.

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