Ha sido aciago el mes de febrero para el jazz. El pasado día diez falleció el pianista norteamericano Lyle Mays, y apenas una semana después el baterista noruego Jon Christensen. Dos músicos que en si mismos son universos sonoros en expansión constante.
Dejaremos que sea la música la que mejor hable por su vida y su legado. Sólo voy a añadir un hermoso y breve texto que el pianista y compositor argentino Leo Sujatovich publicó en sus redes sociales para hablar de Lyle Mays, y que bien puede valer para el propio Jon Christensen. Aquí se los dejo junto con el programa.
Durante muchos años de mi vida tuve la suerte de poder
viajar. Pero no como un turista común sino como un interplanetario de primera.
Eso no fue por haber tenido dinero ni por haber accedido a pasajes caros, ni
nada de eso.
Tampoco fue por asesoramiento de algún agente turístico.
Y ojo, tampoco me refiero a eso de haberme pegado un viaje
por haber comido un hongo raro y alucinógeno o tampoco eso de haberme ido de
viaje después de fumar algo fuerte.
Estoy hablando de viajes profundos y sentimentales. De
viajes oníricos y sensibles; de viajes que pude hacer solo o acompañado, pero
siempre a lugares recónditos, privados, únicos.
Me estoy refiriendo nada más y nada menos que a los viajes
hechos gracias a la música de Lyle Mays. Un hechicero enviado vaya a saber uno
saber por quién.
Siento que para mi generación de músico pianista y
tecladista, su música fue y será siempre una escuela asegurada; un ejemplo de
admiración por las fuentes que nos darán de beber algo que nos dejará una sabiduría
y regocijo total por la música. Lo que sucede en el alma es inmanejable y
desconocido, pero hay algo de lo que estoy segurísimo y es que sin esa música y
esos viajes, yo no sería el músico que soy hoy.
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