El pasado 18 de agosto presentamos el Atlas del Jazz en México de Antonio Malacara Palacios ante un lleno total en la Biblioteca Henestrosa. Al finalizar la presentación del libro se armó tremenda Jam Session con músicos locales y la fiesta continuó.
Aquí les dejamos la crónica de esa noche mágica. Les comparto también el reportaje de Renato Galicia a propósito del libro y su presentación en la ciudad.
Muchas gracias a todos los que asistieron y en general a todos los que animan con su presencia esta pequeña escena local.
“A LOS JAZZISTAS OAXAQUEÑOS LES FALTA CONOCER SU PROPIA HISTORIA”
ENTREVISTA CON OSCAR XAVIER MARTÍNEZ
Renato Galicia/ Diario Tiempo
20 de agosto de 2016
Cual debe de ser, anda rolando por todo tipo
de tugurios y espacios culturales, clubes y calles del país entero el libro
atlas del jazz en México (edición de autor con apoyo de una que otra
institución, abril de 2016), de antonio Malacara Palacios, una obra compleja y
extensa que narra, a través de sus protagonistas y sus lugares naturales, las peripecias
del género en literalmente los 32 estados del país; y ahora que tocó turno a
oaxaca –la presentación fue el pasado jueves en la noche en la Biblioteca
Henestrosa-- aprovechamos para entrevistar a quien fue la voz oaxaqueña en la
publicación: Óscar Xavier Martínez, Oxama.
Es
un libro histórico el que forjó a contracorriente Antonio Malacara Palacios.
Y Oaxaca está in- cluida en él, así como el jazz en el movimiento
contracultural local de los años sesenta, setenta y, un poco, ochenta. Quizá
por eso Óscar Xavier Martínez, Oxama, insiste: “es importantísimo
puntualizar la absoluta torpeza, negligencia, ceguera y la falta de capacidad
en los últimos 20 años de las autoridades e instituciones cul- turales,
exceptuando el periodo de Margarita Dalton, sean como IOC [Instituto Oaxaqueño
de las Culturas] o Seculta [Secretaría de las Culturas y Artes], para darse
cuenta de la importancia del jazz en la música de la entidad, pues no existe
un festival o un ciclo al respecto, sino solamente primeros intentos muy mal
organizados en los que, para colmo, no se les paga a los músicos”.
Ni
siquiera han sido útiles, esas autoridades e institucio- nes, para apoyar a
los artistas en particular. Y Oxama pone un ejemplo con nombre y apellido: Arodi
Martínez, quizá el jazzista oaxaqueño más importante en la actualidad,
obtuvo hace cuatro o cinco años un lugar para estudiar composición tres meses
en el prestigiado Bank Arts Center y “las autorida- des del estado y la capital
de Oaxaca no le otorgaron siquiera un peso, tuvo que vender su coche y
conseguir dinero para ir”.
LA
GÉNESIS Y EL GÉNESIS
Por
una feliz coincidencia, la participación de Oxama en el atlas de marras ocurre
cuando cumple 20 años difundiendo el jazz en radio, pues fue en 1996 el año
en que inició transmi- siones con un programa especí co en CORTV. Su
entrevista incluida en la publicación de Antonio Malacara, además, es un
preámbulo mínimo a un libro que irá a profundidad y que, quizá, tendrá el
sugestivo título de “En busca del Yope Power”, en referencia, por supuesto, a
Jorge Fernando Hernández, nuestro “héroe trágico” del género. Y la presente
charla cons- tituye sólo una probadita de la pequeña gran historia del jazz
en Oaxaca.
En
el principio de la contracultura oaxaqueña fueron los pintores. Y después los
teatreros. Y al nal los jazzistas. Luego
los con naron al olvido. Quizá otra fuera la situación de la cul- tura en la
ciudad de Oaxaca si esa veta hubiese continuado: al menos cierto contrapeso tuvieran
los idealizados cacicazgos cul- turales metamorfoseados en altruismos y lantropías, se piensa luego de escuchar los
antecedentes que narra Óscar Xavier.
En
la génesis y el génesis contracultural oaxaqueño están el pintor y
“agitador artístico” Virgilio Gómez, miembro del famoso “Grupo de los cinco”
que abrieron la Galería Univer- sitaria, también teatreros y periodistas como
Juan Herrera, quien murió muy joven, a los 26 años, ahogado en Zipolite,
pioneros de todo un movimiento que coincidió con la llegada de los primeros
hippies; personajes como Margarita Dalton, fundadora de la primera comuna en
Oaxaca, allá en El Ver- gel, Ocotlán, y una oleada de jóvenes de la
Universidad de Berkeley que hicieron campamento en Puente de Fierro, la en-
trada a Huautla de Jiménez, y experimentaron con sustancias alucinógenas,
digamos.
Prosigue
el movimiento con la llegada de gente de teatro como Rodolfo Álvarez, Héctor
Azar y Sergio Magaña –a los que apoya Arcelia Yañiz--, quien dirige la Escuela
de Bellas Artes y crea el primer grupo de jazz en el que hay nombres
esenciales, como el de Jorge Fernando Hernández: músico le- gendario, muy
inquieto, personalidad rebelde, iconoclasta, “ad hoc” con el mito de la gura jazzística, quien por lo mismo rompe su
relación como director de esa agrupación universi- taria y a nales de los setenta y principios de los
ochenta funda su propia banda con el muy atinado nombre de “Yope Power”,
platica Oxama. “Una reivindicación del apócope, expresión peyorativa con la
que se cali ca al oaxaqueño de la ciudad, pues el yope es el marginado, el
inculto, el de raíces indígenas, silvestre, cerril. Jorge reivindica un
término que ya era manejado por Virgilio Gómez, a quien le decían el ‘Yope
Mayor’”.
SACANDO
LAS UÑAS
Oxama
habla primero de tres momentos del jazz en tres regio- nes concretas: el Istmo,
donde llegó a los salones de baile con las grandes orquestas --de Veracruz y
Cuba, incluso--, el auge del ferrocarril, la economía boyante de la zona y personajes
como el Tío Enríquez, de Ixtepec, quien estudió en la Ciudad de México,
conoció músicos callejeros que le enseñaron a tocar el banjo y regresó,
creó su propia orquesta y en algún casino tocó jazz.
También
menciona la “curiosísima historia de las orquestas de cuerda de la Mixteca”,
que incluye al banjo, el cual no sólo tocan sino también construyen en la
región. Y la de la Sierra Norte, “donde hay una influencia muy tangencial del
jazz a partir de los braceros que iban y venían, así como por el paso de Chuy
Rasgado, quien anduvo por ahí como maestro rural: existen todavía algunas
bandas que tocan unas piezas de él que están nombradas como suin”.
Y aunque
al respecto el estado tiene la peculiaridad de que el jazz primero llegó a sus
regiones y después a su capital, es en ésta donde se forja su historia más
legendaria. Una histo- ria que en un principio fue un poco “inocente”, pues
Magaña convoca a músicos de concierto para conformar la agrupación
mencionada, los cuales “evidentemente no acompañan a los movimientos de la
contracultura, sino más bien tocan en ac- tividades organizadas por la
Universidad”: son músicos, pero también herreros o tablajeros, y no
propiamente jazzistas.
Sólo
que esa agrupación fue el germen para el surgimiento de la figura de Jorge Fernando Hernández, el cual
retoma aquella veta de la tendencia contracultural que inició con Virgilio y
el Grupo de los cinco y los “efímeros” con materiales-basura, el “dios no
existe” en la catedral y la excomulgación del arzobispo que escandalizaron a
la sociedad oaxaqueña de esa época.
El
caldo de cultivo para que con Jorge Fernando el jazz se vuelva contracultura,
para que saque las uñas su espíritu rebelde.
“Ahí
empieza en Oaxaca el mito del jazz como música periférica, con Jorge:
personaje bohemio que vive al filo, en
el alcohol, las cantinas, y con amigos muy interesantes, como Víctor de la
Cruz, Francisco José Ruiz Cervantes, chavos hoy académicos, escritores,
teatreros. Fallece a los cuarenta y tantos y deja el mito jazzístico,
pequeñito pero interesante”.
Al
respecto hay una “crónica bellísima” de Víctor de la Cruz (incluida en el
libro “Jardín de cactus”, de 1991, y titulada “Una madrugada con Jorge
Fernando”), que Oxama lee durante la entrevista y que aquí transcribimos como
la escuchamos:
Fue
una de esas madrugadas frescas cuando la Oaxaca turística ya estaba dormida y
los gallos habían sacudido sus alas para aligerar el peso del sueño antes del
canto, como si estuviéramos en los alrededores de la ciudad o en algún
pueblo. Jorge Fernando y yo avanzábamos del centro a la zona del vicio, por
Morelos o Independencia tal vez, buscando la húmeda calle de Trujano a la
altura de Díaz Ordaz [“es decir ‘El Pueblito’”, acota Oxama], hablábamos de
Alejo Carpentier, de su escritura barroca, de sus conocimientos musicales y
sus ensayos sobre musicología, de Ernesto Lecuona. ¡Ah, Lecuona!, el cubano
autor de “Siboney”: “así se toca ‘Siboney’”, me dijo Jorge Fernando,
tarareando “Siboney” mientras abría el estuche en donde guar-daba su trompeta.
Se lanzó a tocarla parado a media calle: de los antros, de las esquinas, del
fondo de las oscuridades de aquella madrugada, asomaron primero sus caras,
después brotaron de cuerpo entero las muchachas ebrias [“aquí hace una
referencia a Efraín Huerta”: Oxama], con sus novios abrazados y una botella en
la mano de alguno: “maestro”, dijo un enamorado, “hoy es el cumpleaños de mi
novia, por favor tócale las mañanitas”, y Jorge Fernando pasó de “Siboney” a
“Las mañanitas”. Terminadas de tocar éstas, nuestros inesperados anfitriones
nos escoltaron por las calles hasta llegar al mercado 20 de Noviembre, seguidos
por unos patrulleros celosos de su deber como nosotros del nuestro. En el
costado sur del mercado estaban sentados los hombres del alba [“aquí hace
referencia nuevamente a Efraín Huerta: Oxama] esperando el día, sin el sacudir
de alas ni canto de gallo alguno, solos en su sed de siglos que los arrastra
por la vida, pero ahí estaba Jorge Fernando para hacer menos doloroso su
amanecer, para complacerlos conforme a su gusto y lo que fueran pidiendo: jazz,
bolero, blues, danzón, “lo que quieran maestros que esta madrugada es de todos
nosotros”. Fue nuestra penúltima farra. En la última se nos fue.
LA
TERCERA OLEADA
Fue
esa una primera oleada del jazz, la cual no improvisaba. En la segunda,
aparecen los músicos provenientes del rock, de grupos como Los Beethovens, los
Happy Hunters --de un rollo tipo Chicago o Tierra, Viento y Fuego, que eran de
soul, música negra--, quienes tocaban en
estas. Luego animan la escena pequeños lugares: El Sol y la Luna, Los
Guajiros y El Guajolote y el Marqués del Valle, incluso, y algunos eventos que
organizaban en la Universidad. Son músicos que “pueden estudiar y ya tocan
bastante bien: los hermanos Porras, Roberto Nacif, Enrique Marrufo, Gil
Gutiérrez, López Vera. En ese momento, los años ochenta, “ya podemos hablar
de un primer fenómeno del jazz en Oaxaca”.
Y
después viene una tercera oleada: los músicos que ya fueron al Conservatorio
o la Superior de Música e incluso a la especialidad de jazz, como Rodrigo
Castellanos, quien en 1997 graba el primer disco del género propiamente ha-
blando, “Imágenes Auditivas”, y Onésimo García, quien después funda Nunduva
Yaa.
Aunque
no son propiamente jazzistas, como sí lo serían, Miguel Samperio, quien en
los noventa ya había llegado a Oaxaca, y Arodi Martínez: un virtuoso. Amén
que la escena se ha beneficiado con el arribo de músicos extranjeros y
nacionales que vienen y van o de esos otros oaxaqueños que han regresado, y un
pequeño festival que organizan en la Biblioteca Andrés Henestrosa, el cual
lleva ya seis años.
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