miércoles, 24 de agosto de 2016

OAXACA EN MÉXICO


El pasado 18 de agosto presentamos el Atlas del Jazz en México de Antonio Malacara Palacios ante un lleno total en la Biblioteca Henestrosa. Al finalizar la presentación del libro se armó tremenda Jam Session con músicos locales y la fiesta continuó.

Aquí les dejamos la crónica de esa noche mágica. Les comparto también el reportaje de Renato Galicia a propósito del libro y su presentación en la ciudad.

Muchas gracias a todos los que asistieron y en general a todos los que animan con su presencia esta pequeña escena local.









“A LOS JAZZISTAS OAXAQUEÑOS LES FALTA CONOCER SU PROPIA HISTORIA”
ENTREVISTA CON OSCAR XAVIER MARTÍNEZ

Renato Galicia/ Diario Tiempo
20 de agosto de 2016


Cual debe de ser, anda rolando por todo tipo de tugurios y espacios culturales, clubes y calles del país entero el libro atlas del jazz en México (edición de autor con apoyo de una que otra institución, abril de 2016), de antonio Malacara Palacios, una obra compleja y extensa que narra, a través de sus protagonistas y sus lugares naturales, las peripecias del género en literalmente los 32 estados del país; y ahora que tocó turno a oaxaca –la presentación fue el pasado jueves en la noche en la Biblioteca Henestrosa-- aprovechamos para entrevistar a quien fue la voz oaxaqueña en la publicación: Óscar Xavier Martínez, Oxama.

Es un libro histórico el que forjó a contracorriente Antonio Malacara Palacios. Y Oaxaca está in- cluida en él, así como el jazz en el movimiento contracultural local de los años sesenta, setenta y, un poco, ochenta. Quizá por eso Óscar Xavier Martínez, Oxama, insiste: “es importantísimo puntualizar la absoluta torpeza, negligencia, ceguera y la falta de capacidad en los últimos 20 años de las autoridades e instituciones cul- turales, exceptuando el periodo de Margarita Dalton, sean como IOC [Instituto Oaxaqueño de las Culturas] o Seculta [Secretaría de las Culturas y Artes], para darse cuenta de la importancia del jazz en la música de la entidad, pues no existe un festival o un ciclo al respecto, sino solamente primeros intentos muy mal organizados en los que, para colmo, no se les paga a los músicos”.

Ni siquiera han sido útiles, esas autoridades e institucio- nes, para apoyar a los artistas en particular. Y Oxama pone un ejemplo con nombre y apellido: Arodi Martínez, quizá el jazzista oaxaqueño más importante en la actualidad, obtuvo hace cuatro o cinco años un lugar para estudiar composición tres meses en el prestigiado Bank Arts Center y “las autorida- des del estado y la capital de Oaxaca no le otorgaron siquiera un peso, tuvo que vender su coche y conseguir dinero para ir”.

LA GÉNESIS Y EL GÉNESIS
Por una feliz coincidencia, la participación de Oxama en el atlas de marras ocurre cuando cumple 20 años difundiendo el jazz en radio, pues fue en 1996 el año en que inició transmi- siones con un programa especí co en CORTV. Su entrevista incluida en la publicación de Antonio Malacara, además, es un preámbulo mínimo a un libro que irá a profundidad y que, quizá, tendrá el sugestivo título de “En busca del Yope Power”, en referencia, por supuesto, a Jorge Fernando Hernández, nuestro “héroe trágico” del género. Y la presente charla cons- tituye sólo una probadita de la pequeña gran historia del jazz en Oaxaca.

En el principio de la contracultura oaxaqueña fueron los pintores. Y después los teatreros. Y al  nal los jazzistas. Luego los con naron al olvido. Quizá otra fuera la situación de la cul- tura en la ciudad de Oaxaca si esa veta hubiese continuado: al menos cierto contrapeso tuvieran los idealizados cacicazgos cul- turales metamorfoseados en altruismos y  lantropías, se piensa luego de escuchar los antecedentes que narra Óscar Xavier.

En la génesis y el génesis contracultural oaxaqueño están el pintor y “agitador artístico” Virgilio Gómez, miembro del famoso “Grupo de los cinco” que abrieron la Galería Univer- sitaria, también teatreros y periodistas como Juan Herrera, quien murió muy joven, a los 26 años, ahogado en Zipolite, pioneros de todo un movimiento que coincidió con la llegada de los primeros hippies; personajes como Margarita Dalton, fundadora de la primera comuna en Oaxaca, allá en El Ver- gel, Ocotlán, y una oleada de jóvenes de la Universidad de Berkeley que hicieron campamento en Puente de Fierro, la en- trada a Huautla de Jiménez, y experimentaron con sustancias alucinógenas, digamos.

Prosigue el movimiento con la llegada de gente de teatro como Rodolfo Álvarez, Héctor Azar y Sergio Magaña –a los que apoya Arcelia Yañiz--, quien dirige la Escuela de Bellas Artes y crea el primer grupo de jazz en el que hay nombres esenciales, como el de Jorge Fernando Hernández: músico le- gendario, muy inquieto, personalidad rebelde, iconoclasta, “ad hoc” con el mito de la  gura jazzística, quien por lo mismo rompe su relación como director de esa agrupación universi- taria y a  nales de los setenta y principios de los ochenta funda su propia banda con el muy atinado nombre de “Yope Power”, platica Oxama. “Una reivindicación del apócope, expresión peyorativa con la que se cali ca al oaxaqueño de la ciudad, pues el yope es el marginado, el inculto, el de raíces indígenas, silvestre, cerril. Jorge reivindica un término que ya era manejado por Virgilio Gómez, a quien le decían el ‘Yope Mayor’”.

SACANDO LAS UÑAS
Oxama habla primero de tres momentos del jazz en tres regio- nes concretas: el Istmo, donde llegó a los salones de baile con las grandes orquestas --de Veracruz y Cuba, incluso--, el auge del ferrocarril, la economía boyante de la zona y personajes como el Tío Enríquez, de Ixtepec, quien estudió en la Ciudad de México, conoció músicos callejeros que le enseñaron a tocar el banjo y regresó, creó su propia orquesta y en algún casino tocó jazz.

También menciona la “curiosísima historia de las orquestas de cuerda de la Mixteca”, que incluye al banjo, el cual no sólo tocan sino también construyen en la región. Y la de la Sierra Norte, “donde hay una influencia muy tangencial del jazz a partir de los braceros que iban y venían, así como por el paso de Chuy Rasgado, quien anduvo por ahí como maestro rural: existen todavía algunas bandas que tocan unas piezas de él que están nombradas como suin”.

Y aunque al respecto el estado tiene la peculiaridad de que el jazz primero llegó a sus regiones y después a su capital, es en ésta donde se forja su historia más legendaria. Una histo- ria que en un principio fue un poco “inocente”, pues Magaña convoca a músicos de concierto para conformar la agrupación mencionada, los cuales “evidentemente no acompañan a los movimientos de la contracultura, sino más bien tocan en ac- tividades organizadas por la Universidad”: son músicos, pero también herreros o tablajeros, y no propiamente jazzistas.
Sólo que esa agrupación fue el germen para el surgimiento de la  figura de Jorge Fernando Hernández, el cual retoma aquella veta de la tendencia contracultural que inició con Virgilio y el Grupo de los cinco y los “efímeros” con materiales-basura, el “dios no existe” en la catedral y la excomulgación del arzobispo que escandalizaron a la sociedad oaxaqueña de esa época.

El caldo de cultivo para que con Jorge Fernando el jazz se vuelva contracultura, para que saque las uñas su espíritu rebelde.

“Ahí empieza en Oaxaca el mito del jazz como música periférica, con Jorge: personaje bohemio que vive al  filo, en el alcohol, las cantinas, y con amigos muy interesantes, como Víctor de la Cruz, Francisco José Ruiz Cervantes, chavos hoy académicos, escritores, teatreros. Fallece a los cuarenta y tantos y deja el mito jazzístico, pequeñito pero interesante”.

Al respecto hay una “crónica bellísima” de Víctor de la Cruz (incluida en el libro “Jardín de cactus”, de 1991, y titulada “Una madrugada con Jorge Fernando”), que Oxama lee durante la entrevista y que aquí transcribimos como la escuchamos:

Fue una de esas madrugadas frescas cuando la Oaxaca turística ya estaba dormida y los gallos habían sacudido sus alas para aligerar el peso del sueño antes del canto, como si estuviéramos en los alrededores de la ciudad o en algún pueblo. Jorge Fernando y yo avanzábamos del centro a la zona del vicio, por Morelos o Independencia tal vez, buscando la húmeda calle de Trujano a la altura de Díaz Ordaz [“es decir ‘El Pueblito’”, acota Oxama], hablábamos de Alejo Carpentier, de su escritura barroca, de sus conocimientos musicales y sus ensayos sobre musicología, de Ernesto Lecuona. ¡Ah, Lecuona!, el cubano autor de “Siboney”: “así se toca ‘Siboney’”, me dijo Jorge Fernando, tarareando “Siboney” mientras abría el estuche en donde guar-daba su trompeta. Se lanzó a tocarla parado a media calle: de los antros, de las esquinas, del fondo de las oscuridades de aquella madrugada, asomaron primero sus caras, después brotaron de cuerpo entero las muchachas ebrias [“aquí hace una referencia a Efraín Huerta”: Oxama], con sus novios abrazados y una botella en la mano de alguno: “maestro”, dijo un enamorado, “hoy es el cumpleaños de mi novia, por favor tócale las mañanitas”, y Jorge Fernando pasó de “Siboney” a “Las mañanitas”. Terminadas de tocar éstas, nuestros inesperados anfitriones nos escoltaron por las calles hasta llegar al mercado 20 de Noviembre, seguidos por unos patrulleros celosos de su deber como nosotros del nuestro. En el costado sur del mercado estaban sentados los hombres del alba [“aquí hace referencia nuevamente a Efraín Huerta: Oxama] esperando el día, sin el sacudir de alas ni canto de gallo alguno, solos en su sed de siglos que los arrastra por la vida, pero ahí estaba Jorge Fernando para hacer menos doloroso su amanecer, para complacerlos conforme a su gusto y lo que fueran pidiendo: jazz, bolero, blues, danzón, “lo que quieran maestros que esta madrugada es de todos nosotros”. Fue nuestra penúltima farra. En la última se nos fue.

LA TERCERA OLEADA
Fue esa una primera oleada del jazz, la cual no improvisaba. En la segunda, aparecen los músicos provenientes del rock, de grupos como Los Beethovens, los Happy Hunters --de un rollo tipo Chicago o Tierra, Viento y Fuego, que eran de soul, música negra--, quienes tocaban en  estas. Luego animan la escena pequeños lugares: El Sol y la Luna, Los Guajiros y El Guajolote y el Marqués del Valle, incluso, y algunos eventos que organizaban en la Universidad. Son músicos que “pueden estudiar y ya tocan bastante bien: los hermanos Porras, Roberto Nacif, Enrique Marrufo, Gil Gutiérrez, López Vera. En ese momento, los años ochenta, “ya podemos hablar de un primer fenómeno del jazz en Oaxaca”.

Y después viene una tercera oleada: los músicos que ya fueron al Conservatorio o la Superior de Música e incluso a la especialidad de jazz, como Rodrigo Castellanos, quien en 1997 graba el primer disco del género propiamente ha- blando, “Imágenes Auditivas”, y Onésimo García, quien después funda Nunduva Yaa.


Aunque no son propiamente jazzistas, como sí lo serían, Miguel Samperio, quien en los noventa ya había llegado a Oaxaca, y Arodi Martínez: un virtuoso. Amén que la escena se ha beneficiado con el arribo de músicos extranjeros y nacionales que vienen y van o de esos otros oaxaqueños que han regresado, y un pequeño festival que organizan en la Biblioteca Andrés Henestrosa, el cual lleva ya seis años.

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